Su nombre era Luis. Luis Villanueva, pero le decíamos Lucho. Lucho para los amigos que lo conocíamos de verdad. Creo, que cualquier otro sobrenombre no le hubiera quedado tan bien ni lo definiría mejor que Lucho, porque luchó hasta el final por defender sus ideales.
Si, combatió contra la injusticia e intentó erradicar un régimen que estaba viciado desde su simiente, según palabras de Luis. Sin embargo, la pelea de unos pocos nunca es suficiente…
Lucho era estudiante de la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, perteneciente a la Universidad de La Plata. La Ciudad de La Plata era su lugar de residencia desde su nacimiento el 9 de julio de 1956. Era presidente del consejo de Estudiantes y lideraba un diario en la Universidad, en el cual anunciaba las noticias importantes y manifestaba denuncias ante las iniquidades que esta vida puede ofrecer.
Era un brillante alumno. Un caballero en todo el sentido de la palabra. Un gran amigo. Un amigo leal al cual le podías confiar tu secreto mas intimo, puesto que él jamás lo revelaría a nadie. Un hombre cabal, íntegro y justo. Un buen hijo. Un joven lleno de ilusiones. Era…
La Universidad fue el despertar pleno de la participación política para Luis y para todos, creo yo.
En el año 1974, en aquellos tiempos…
Parece como si fuera ayer de esto…
Más precisamente en octubre de ese año, los medios del país informaban sobre el asesinato de Rodolfo Achen y Carlos Miguel, no docentes de la universidad. Hecho que resultó muy significativo para Luis y muchos otros. El siguiente año, con la represión en los colegios, Lucho creyó que era necesaria alguna participación para hacer algo más orgánico para frenar un poco todo esto de alguna manera. Pero, ya no se podía hacer Asambleas abiertas. Si querías hacer algo, tenía que ser clandestino. A escondidas. Incluso, sus monumentales argumentaciones en el diario quedaron reducidas a poemas metafóricos y alegorías en las cuales descargaba su rabia ante tales atropellos.
Hubo muchos que lucharon con él a su lado. Tantos que ya he olvidado sus nombres. Pensar que en esa época tenía una lista detallada…
Luchó junto a esa generación que se abrió paso, por aquel entonces. Una generación con grandes ideales, solidaridad, participación y mucho compromiso social. Creían que otro mundo era posible…
Todos ellos lo creían, menos yo. Tal vez, sea por eso que le desagradan tanto, a la Élite conservadora, estos jóvenes.
La fascinación que tenía Villanueva por la lectura solo se equiparaba con la escritura ferviente que espoleaba en el diario de la Facultad. Siempre se lo podía ver pasear con un libro bajo el brazo. Recuerdo verlo sentado en un banco de la plaza leyendo el libro de Stendhal, Rojo y Negro. También, recuerdo la primera vez que fui a su casa…
Esa enorme biblioteca atiborrada de libros de autores tales como Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint–Exupéry, Galeano, Martí, Margarita Aguirre, Marx, Engels, Julio Godio y Arthur Rimbaud, entre otros.
Mi inocente amigo quería cambiar el mundo, hacerlo un mejor lugar donde vivir y la parte más interesante de su idea era que, según él, las utopías se pueden materializar en la realidad cuando un soñador trabaja en el día a día en la práctica, a través del compromiso con la militancia en las villas y en la resolución de los problemas de los más necesitados, esos que no tienen el acceso a una educación y a una vida digna. Se preocupaba por los demás. Consideraba que todos debían tener las mismas oportunidades. Por tal razón, daba clases a unos niños en las villas miseria y les acercaba junto a otros tres amigos suyos, Valentina Espósito, Emiliano Gómez y Gustavo Martínez, alimentos, ropa, medicamentos y libros. Siempre las Letras, que protegía a capa y espada como un heraldo de armas. Allí, estaba mi ingenuo amigo para resolverlo todo…
“El 24 de marzo de 1976 la Junta Militar silencia las voces de la sociedad argentina.” Así, lo anunciaba Luis en el diario de la Casa de Altos Estudios de la ciudad de La Plata. Así, fue la reprimenda que le dio el rector. Tres días de suspensión. Me contó muy afligido que el rector le había dicho:
_ No queremos problemas, muchacho. Sabemos que es un buen estudiante, pero no queremos problemas. Esta Junta Militar considera a todo el campo educativo como “caldo de cultivo” para la subversión. Sabemos que no es un subversivo, pero ellos, no. Vaya a su casa a descansar y piense mejor las cosas antes de actuar.
Luis lloraba de la bronca y la impotencia. Le aconsejé que hiciera caso a las palabras del rector, pero no me escucho. Yo… Solo quería ayudarlo…
El Golpe Militar ocurrido ese año pareció no cambiar nada, sin embargo lo cambió todo.
Meses más tarde, el 20 de agosto del 76, albergó en su casa a un antiguo profesor del colegio secundario. Un tal Jerónimo De La Fuente, un profesor de historia que Lucho admiraba cuando iba a la escuela. Pero, esta no es toda la historia. En realidad, el profesor se había convertido en un prófugo que perseguía la policía y Luis como de costumbre, pretendía tenderle una mano.
_ Ayudar a un prófugo de la ley es un delito _le dije_ Esta es la época del “no te metas” y el “algo habrán hecho”… Todas esas frasecitas ridículas me tienen cansado. Yo les digo a todos esos hipócritas, que yo me meto y me comprometo, porque el otro” me importa. Es mi amigo y es inocente de lo que se lo acusa. Su delito solo fue pensar diferente y oponerse a un régimen retrógrada, pero no con las armas, sino con la palabra que es la herramienta más poderosa que se puede tener a mano. Nadie lo quiere ayudar. Yo le dije que viniera. Él no quería venir.
¿Entendes?_ Me gritó disgustado.
De la Fuente había sido acusado de guerrillero. Un tira bombas más. Sin embargo, a Lucho no le importaban esas etiquetas ni las que murmuraban los vecinos del profesor: “anarquista “y “activista sindical”
_ El profe solo quiere enseñarles a pensar a sus alumnos, a investigar las fuentes de información, constatar textos y compararlos, sacando sus propias deducciones sobre un tema, como hizo conmigo y mis compañeros. Es un macanudo. Hay que tener amplitud de mente, pero en serio _ argumentaba.
Este profesor era el que le había regalado el libro de Stendhal y además, le había enseñado la fuerza que tienen las palabras, su poder. Su carga valorativa. Una palabra puede tanto resucitar, crear como destruir, aniquilar. Todo depende del juicio de valor que se le pone a una idea. Esta carga valorativa y su fuerza pueden demoler a una persona. Pero, Jerónimo le había explicado a Luis que ese poder solo debía ser empleado para la construcción de identidad.Pensé... No es una mala idea… Tal vez, merezca un tiempo de ventaja.
Lucho lo ocultó tres días en su casa, sin que sus padres se enteraran. Lo escondió en el galponcito del fondo que estaba abandonado, desde aquel terrible accidente de su hermano mayor, que nunca había conocido. El pequeño había sido víctima de un descuido y unas latas de pinturas cayeron sobre su cabeza matándolo en el acto. Tal vez por eso, la lealtad incondicional con el profesor. No tenía un referente cercano, como puede ser un hermano mayor. Tal vez por eso, ese profe en cierta forma, lo representaba.
Luis Villanueva el futuro escritor. Recuerdo que en el último tiempo vivía pensando como emprendería su primer libro. Sonreía. Creía. Soñaba. Estaba lleno de vida.
El 16 de septiembre de 1976, hace su última publicación en el diario de la facultad. Nunca más se lo vuelve a ver. Nunca más vuelve a caminar con un libro bajo el brazo ni nunca más vuelve a discutir de ideologías con nadie.
Me dijeron que iba a salir, que solo era una reprimenda para que aprenda un poco el “zurdito”. Yo lo admiraba, pero era mi trabajo. Había omitido muchas cosas en mi informe, hasta lo extravié un tiempo. Sin embargo, no alcanzó. Se lo llevó un grupo de tareas. Entraron en su casa por la noche y se lo llevaron vendado y atado sin dar información a su familia sobre su paradero.
Era mi trabajo, repito. Yo no tenía nada en contra de Lucho. Fue lo que me mandaron a hacer y lo hice. Porque así debe ser. Hay que cumplir con la ley.
Luis Villanueva, Diario de la Facultad de Humanidades y
Cs. De La Educación, 16 de septiembre de 1976.
Sol Albornoz